Primeras páginas de la novela
Os dejo las primeras páginas de la novela. Así podréis comprobar el estilo de María y quizás os pique la curiosidad por esta obra, si no lo ha hecho ya...
I PARTE
Dhírnam y la leyenda
de la Reina Nívea
Se encogió cuanto pudo en ese hueco que los setos dejaban con
el muro. No iba a aguantar a ese fantoche ni un minuto más. Estaba
harta de pretendientes estúpidos, ridículos y pomposos. ¿Por
qué tenía que pasar por todo aquello? Su propia mente le dio la
respuesta: simplemente porque era una mujer, un ser débil que
necesitaba la maravillosa protección de un varón. Lo que esos
idiotas no sabían era que ella podía desarmarlos en menos de
quince segundos. Apoyó la cabeza en la piedra fría que le servía
de respaldo. Ese escondite era perfecto, lo había descubierto diez
años atrás cuando llegó a aquella casa y se ocultaba cada vez que
quería huir de algo o simplemente desaparecer.
Y allí estaba otra vez, huyendo e intentando hacerse invisible
después de haber dejado como un huracán elsalón de la mansión,
donde ese simple se había quedado con la cara aún más de
estúpido, si es que aquello era posible, y tan colorado que parecía
que iba a estallar en cualquier momento. No pudo evitar sonreírse
al recordarlo.
—Cretino…
Y para colmo había osado intentar comprarla con joyas.
¡Con joyas! ¡A ella! Definitivamente, ese pobre tonto no tenía ni
idea de lo que se iba a encontrar…
De repente, unos pasos hicieron que se encogiera aún más.
Sin duda la estaban buscando. Aguantó la respiración y rezó para
que nadie descubriera aquel refugio vegetal que ocultaban las ramas del seto, estratégicamente recortadas por el jardinero. Bernard
se había convertido en su cómplice silencioso durante años.
Desde donde estaba, solo podía ver lo que había justo delante.
Un par de botas negras y sucias de polvo y barro se detuvieron
frente al escondrijo. Ella contuvo más fuerte el aliento y
deseó poder detener los latidos de su corazón por un instante,
ya que en ese momento le parecían ensordecedores. Por lo menos
las botas no eran de ese atontado.
Una mano comenzó a retirar las ramas que la cubrían, y el
sol penetró a través de los huecos dándole directamente en el rostro
y cegándola; tuvo que cerrar los ojos y no vio quién era el que
había osado irrumpir en su rincón secreto.
—Adelle, sabía que estarías aquí… —enseguida reconoció
la voz que pronunciaba su nombre. Se quitó la mano de los
ojos que le servía de pantalla, y un rostro bien conocido comenzó
a dibujarse entre las hojas que refulgían cuando los rayos de
sol las atravesaban—. ¿No te has pasado un poco con el pobre
Babineaux?
—¡Guy! —Adelle se arrastró por el suelo para salir, el vestido
se enganchó en una de las ramas, pero tiró de él y sintió
cómo la tela se rompía. No le importó y con una brusca sacudida
se soltó de la trampa—. ¿Cuándo has vuelto? —se lanzó al
cuello del joven, que la abrazó y la levantó del suelo.
—¡Maldita sea, Adelle, por mucho tiempo que pase fuera
no creces ni un centímetro! —la dejó de nuevo en el suelo y la
miró de arriba abajo. Retiró unas hojas que se habían quedado
enganchadas en el cabello dorado de la muchacha, que hacía unos
instantes estaba perfectamente recogido a la moda, pero que ahora
aparecía completamente despeinado y enredado.
—¿Eso es lo mejor que tienes que decirme?
El joven se puso serio.
—Verdaderamente, no. Creo que llamar débil y afectado a
un Babineaux nos va a costar caro. ¿Cómo se te ha ocurrido?
—Guy… Ese asqueroso viejo quería casarse conmigo. Se
atrevió a llamarme salvaje y a decir que él era muy capaz de domarme…
¡Ha hablado de mí como si fuera una yegua!
—Sea como sea, Adelle, eres una señorita, y lo que se espera
de ti es que te comportes y que te cases con alguien de buena
familia llegado el momento. Eso hubiera querido tu padre.
—¡Yo le importaba un cuerno a mi padre!
—De cualquier forma, alguien tendrá que calmar a ese hombre
que está a punto de explotar; y no creo que padre pueda,
desde que te has marchado no ha dejado de reírse. Puedes quedarte
aquí otro rato. Le diré a Bernard que te avise cuando puedas
volver.
—Guy… —pero el muchacho se había dado la vuelta y caminaba
presto de vuelta a la casa. Ella se sentó en uno de los bancos
de piedra. «¿Por qué siempre eres tan frío conmigo?». ¿Acaso
tanto deseaba que se casara y se marchara de su vida?
Estuvo allí sentada más de una hora, contemplando las rosas
blancas que florecían con ostentosa abundancia a su alrededor
y el devenir de las abejas, cuando una mariposa negra del tamaño
de la palma de su mano se posó en el asiento junto a ella.
¡Qué grande era! Fijó la vista en las alas, tenían una extraña filigrana
simétrica dorada en ambas. Y las antenas también parecían
de oro. «¡Qué animal tan curioso!».
De repente levantó el vuelo y se dirigió a los rosales, al laberinto
de setos del jardín. Ella se puso en pie y, como hipnotizada,
la siguió. Avanzó por los caminos de grava hasta llegar al
muro. La mariposa se posó entonces en una de las piedras de la
tapia, y cuando Adelle estuvo lo suficientemente cerca y alargó
los dedos para tocarla… ¡Desapareció! La muchacha se quedó
petrificada. ¿Habría atravesado el muro? Imposible. Eso era del
todo imposible. Habría volado hacia alguna parte. Pero ella estaba
allí. Se había desvanecido frente a sus ojos…
Alargó la mano hacia el muro, pero cuando sus dedos casi
lo rozaban, una voz a su espalda hizo que se volviera.
—Señorita Adelle… El Señor Guy me ha ordenado que le
diga que ya puede volver con total tranquilidad —se quedó mirando
a aquel hombre mayor de barba blanca que estaba delante
de ella como si fuera la primera vez que lo veía. Por fin reaccionó.
—Bernard… —el jardinero sonrió.
—Señorita, parece que ha vuelto a despachar con aires destemplados
a otro pretendiente —el anciano sonreía.
—Era un completo idiota, Bernard, me trató como si fuera
un caballo. ¡Solo le faltó mirarme los dientes! —el hombre rio
de buena gana.
—Entonces hizo bien. Usted se merece algo muchísimo mejor
—ella asintió con aprobación.
—Tú eres el único que me comprende, Bernard. Será mejor
que vuelva a casa y aguante el chaparrón que me espera. Ma-
ñana seguiremos hablando.
—Claro que sí, señorita —le tendió un capullo de rosa blanca—.
Es el más bonito que he encontrado hoy, y se lo he guardado.
Ya sé cuánto le gustan —ella lo cogió con delicadeza entre
los dedos y le dio un beso en la mejilla.
—¡Gracias! Hasta mañana, Bernard —mientras atravesaba
la puerta del jardín acariciaba la rosa, que desprendía un dulce
aroma.
Al avanzar con pasos lentos por la galería central observó
que había un gran número de paquetes y baúles junto a la puerta
de entrada. Sería el equipaje de Guy. No pudo resistirse y desdobló
uno de los envoltorios de papel que cubrían los bultos.
¿Habría traído algo interesante? Pero casi al momento, todas sus
expectativas se desvanecieron. Eran telas; encaje, para ser exactos.
¡Qué aburrido! Seguro que eran encargos de su padre para
hacerle más vestidos.
—Sigues tan curiosa como siempre —se giró sobresaltada.
Delante de una de las puertas de los salones estaba Jérôme Lejeune,
el mejor amigo de Guy.
—Y tú tan inoportuno.
Justo detrás de él apareció la figura de su padre.
—¡Adelle! ¿Dónde te habías metido? Ese Babineaux se ha
ido hecho una furia…
Guy también apareció frente a ella.
—Padre, no sois la persona más apropiada para recriminarle
nada; aún reías cuando he vuelto de buscar a Adelle.
Louis Morelse encogió de hombros y fue hacia la muchacha.
—Lo siento, Guy, pero ya sabes que esta chiquilla es mi
debilidad.
—Si sigues consintiendo todas sus salidas de tono nunca la
casarás.
Adelle estaba furiosa. ¡Estúpido Guy! Si él supiera lo que
ella quería de verdad…
—¡No necesito a ningún hombre! —se giró airada y dejó a
los tres contemplando cómo se alejaba dignamente.
—Pero Adelle… ¿Qué has hecho con el vestido nuevo? ¡Está
destrozado!— suspiró Louis tristemente.
Ella, sin volverse, respondió:
—Lo he arreglado. Era horrible —y siguió ascendiendo por
las escaleras hacia su cuarto.
—Supongo que esto significa que hoy no cenará con nosotros
—lamentó Jérôme mientras reía por la ocurrencia del vestido.
* * *
Youri miraba con interés el portal mágico que el anciano acababa
de ordenar abrir a una joven ante sus ojos, y siguió el trayecto
de la mariposa negra que habían enviado. Tras un tiempo de
espera que se le hizo eterno, entre árboles y setos de un jardín
apareció una joven que caminaba guiada por el insecto mágico.
La tenía justo delante. Una chiquilla vestida con un traje color
turquesa entallado y escotado, con los cabellos castaño claro revueltos
y salpicados de hojas. ¡Qué extraña! ¿Sería ella? Y entonces
reparó en eso. ¡No podía ser! Se volvió confuso hacia el
anciano que contemplaba la escena sentado desde una butaca.
—¡Tiene los ojos verdes! —el hombre de la barba asintió—. Pero solo ellos tienen los ojos verdes… ¿Acaso es un…?
El anciano, que había permanecido sentado, se incorporó y
se acercó al joven que tenía delante.
—En nuestro mundo puede que sea así, pero en otros lugares
no tiene por qué.
—¿Entonces es ella?
¡Y hasta aquí podemos leer! :p
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